En 1773, James Cook circunnavegó la Antártida, materializando el primer encuentro conocido de la humanidad con el continente. Desde entonces, la Antártida ha sido un vasto y formidable -aunque curioso- paisaje de 14 millones de kilómetros que exploradores, científicos y gobiernos han tratado de comprender y explotar. Dadas la complejidad y las duras condiciones del continente, la estética y la creatividad arquitectónica se han mantenido como un pensamiento relegado en la construcción de los asentamientos antárticos hasta los últimos años. Sin embargo, hoy en día, la escena arquitectónica se está calentando.
A pesar de que la Antártida cubre el 10% de la superficie terrestre, los primeros asentamientos permanentes que se construyeron allí fueron realizados recién en el año 1902 por exploradores británicos. Las construcciones se caracterizaron por su carácter improvisado durante décadas, a menudo poseían un revestimiento de madera y una aislación de fieltro. Dadas las duras condiciones de la Antártida, donde las temperaturas pueden caer hasta 60 grados bajo cero (-51C) y los vientos pueden alcanzar las 100 millas por hora, el desafío para la arquitectura ha sido principalmente asegurar la perdurabilidad. La Estación de Investigación Halley de la Royal Society, por ejemplo, fue construida en 1956 pero duró sólo hasta 1968, cuando tuvo que ser reemplazada por una estructura de acero nombrada como Halley II, que duró sólo hasta 1973. Las construcciones posteriores al Halley duraron sólo 11, 9 y 15 años respectivamente.
A principios y mediados del siglo XX, la arquitectura de este continente fue pragmática, improvisada y temporal, pero también se fue modificando constantemente por las cambiantes tendencias políticas. El Tratado Antártico de 1959, firmado originalmente por 12 naciones importantes, declaró al continente como una zona desmilitarizada apta para la investigación científica. En los decenios siguientes, una afluencia cada vez mayor de científicos, encargados de tareas cada vez más complejas, provocó una evolución del paisaje arquitectónico. La Antártida, el único continente sin población indígena, alberga ahora entre 1.000 y 4.000 personas a al año, lo que significa que la arquitectura ha tenido que evolucionar para dar respuestas reales a las necesidades humanas.
La más icónica de ellas es Halley VI, la base del British Antarctic Survey, diseñada por Hugh Broughton Architects. Su aspecto es llamativo y nos recuerda a los utópicos proyectos de Archigram. Con zancos hidráulicos que le permiten a elevarse por encima de las montañas de nieve, esta estación representa un cambio radical en la naturaleza histórica de las bases antárticas. Citado en The New York Times, el arquitecto Broughton reflexionó sobre la obra diciendo que "antes, estos proyectos sólo trataban de mantener el clima fuera [...] pero ahora, tratan de usar la arquitectura como un medio para mejorar tanto el bienestar como la eficiencia operativa". Desde entonces, se ha tomado como referencia para la remodelación de la Base Scott de Nueva Zelanda, y la Base de Investigación Juan Carlos 1 de España.
Un proyecto más reciente es la elegante estación de investigación Comandante Ferraz de Brasil, que comenzó a funcionar en enero de 2020. Diseñada por la firma brasileña Estudio 41, la estación reemplaza una instalación anterior destruida por un incendio en 2012. La estructura, conformada por dos edificios de laboratorios y viviendas, fue elogiada por The New York Times como algo que "podría ser confundido con un museo de arte o un hotel boutique". La evolución de la forma arquitectónica en toda la Antártida también se corresponde con el avance del ingenio estructural. Mientras que Broughton ha presentado edificios modulares construibles en fases para el Reino Unido y España, la estación diseñada por bof architekten para el National Center for Antarctic and Ocean Research de la India logra integrar los contenedores utilizados para transportar el material de la obra en el propio diseño. Estas consideraciones son cruciales, ya que la cadena de suministro de materiales para las bases puede durar sólo 3 meses (correspondientes al verano). El aumento del interés en la arquitectura de la Antártida ha sido tan extremo que en 2014 se convirtió en el primer continente en estar representado en la Bienal de Venecia.
En total, hay ahora más de 70 estaciones de investigación permanentes en todo el continente que representan a un total de 29 países; un número destinado a aumentar aún más en el futuro. Si bien el Tratado Antártico prohíbe la extracción de minerales del continente, esta cláusula puede ser suprimida después del 2048, abriendo las puertas a la llegada de instalaciones de perforación y minería, y con ello, otra nueva tipología arquitectónica. El cambio climático también traerá consigo importantes alteraciones en el continente, con pérdidas en las capas de hielo que expondrán aún más las nuevas tierras y minerales para su extracción. Aunque el Tratado Antártico se mantenga, y la minería siga estando prohibida, el uso creciente de la automatización y la robótica por parte de los investigadores científicos del continente influirá sin duda alguna en la arquitectura de la región. ¿Podría la futura arquitectura de la Antártida ser una corriente en constante evolución de unidades impresas en 3D de forma autónoma, utilizando materiales obtenidos del propio medio ambiente?
Como la población humana en la Antártida está destinada al aumento, el futuro del continente estará cada vez más enlazado al resto del mundo. Así lo hará su arquitectura, con diseñadores y arquitectos que seguirán desempeñando un papel cada vez más importante en el cambiante paisaje del continente, respondiendo a las necesidades de los seres humanos, la vida silvestre, la robótica, la ciencia y el clima. Atrás han quedado los días caracterizados por los refugios improvisados con una vida útil de 10 años. La nueva arquitectura de la Antártida es fresca y se está calentando.